¿Puntajes de Élite o Vinos para Pocos?

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La llegada anual de los grandes críticos y periodistas especializados en vino a Argentina genera una expectativa palpable en el sector vitivinícola. Nombres como Tim Atkin MW o James Suckling, con su paladar entrenado y su influencia global, recorren bodegas argentinas, descorchan cientos de etiquetas y, finalmente, publican sus reportes con puntajes de vinos y comentarios que pueden definir el destino de un vino o una bodega en los mercados internacionales del vino. Es un rito anual que se ha consolidado como una pieza clave para el posicionamiento del vino argentino en el mundo.

Sin embargo, esta danza entre los paladares expertos y la opulencia de la alta gama del vino argentino no está exenta de una mirada crítica. A menudo, estos «gurúes» evalúan etiquetas de vino que superan holgadamente el presupuesto del consumidor argentino promedio. Son vinos caros en Argentina que, por su precio, se vuelven inaccesibles para la gran mayoría de los argentinos que los ven nacer. Esta dicotomía genera una sensación agridulce: por un lado, el orgullo de producir vinos reconocidos globalmente; por otro, la paradoja de que esa excelencia sea, en gran medida, ajena al consumo de vino local. El consumidor argentino, en general, suele mostrar indiferencia ante estos altos puntajes, aunque logran gran repercusión entre quienes están vinculados directamente a la industria vitivinícola. Existe un claro sentimiento de «desconexión» entre la imagen internacional del vino argentino de alta gama y la realidad del consumo de vino en Argentina, lo cual se evidencia en la caída del consumo per cápita, que hoy se encuentra en un piso histórico. El argentino, y en particular el mendocino, no se guía por estos puntajes y muchas veces desconoce a los evaluadores.

Las bodegas, en su afán por alcanzar el preciado puntaje y abrir puertas en el exterior, parecen a veces «rendirse a los pies» de estos críticos de vino, dedicando recursos y atención a la creación de etiquetas que, paradójicamente, no serán disfrutadas por quienes viven en la tierra donde nacen. Es importante señalar que los críticos internacionales de vino son conscientes de esta brecha de precios y accesibilidad para el mercado interno del vino; de hecho, Tim Atkin lo destacó en su último informe sobre Argentina, reconociendo la gran calidad de los vinos a pesar de la caída del consumo y los precios. La cultura del «puntaje» en el vino sí influye en la forma en que algunas bodegas diseñan y producen sus vinos, creando etiquetas específicamente para mercados de exportación con la opinión de estos críticos como guía, ya que su validación puede abrir puertas significativas en determinados mercados.

Esta estrategia genera un «doble juego» o un enfoque dividido: hay bodegas que diseñan vinos para un mercado específico (el externo, buscando altos puntajes), y luego comercializan otros vinos para el mercado interno. Las bodegas argentinas no se sienten necesariamente «presionadas» a buscar estos puntajes, sino que lo ven como una elección estratégica para ingresar y consolidarse en ciertos mercados internacionales del vino.

A pesar de esta tensión, el trabajo de estos jurados de vino y periodistas es innegablemente vital. Sus informes no son meros caprichos; son brújulas que guían a importadores, distribuidores y sommeliers en los principales mercados del mundo del vino. Un alto puntaje en un reporte de Atkin o Suckling se traduce en visibilidad, credibilidad y, lo más importante, en la apertura de puertas comerciales en países con un alto poder adquisitivo. Gracias a sus reseñas, los vinos argentinos logran captar la atención internacional, ingresar a prestigiosas cartas de restaurantes y competir de igual a igual con etiquetas de las regiones más tradicionales. Son, en esencia, embajadores involuntarios que ayudan a que nuestra industria vitivinícola crezca y genere divisas para el país.

Además de la crítica especializada en vinos, existen otras formas de promoción del vino argentino y validación igualmente efectivas para el vino argentino en el exterior. Instituciones como Wines of Argentina (WofA) y Bodegas de Argentina realizan constantemente acciones, participan en ferias internacionales de vino y desarrollan campañas para posicionar el vino argentino en el mundo. El enoturismo, especialmente el de lujo, también puede funcionar como un ingreso a determinados mercados, ofreciendo una experiencia inmersiva que va más allá de la botella. Si bien no se puede establecer con certeza una brecha generacional específica en la valoración de estos críticos de vino, es innegable que los paladares de los consumidores han evolucionado en los últimos años, buscando nuevas experiencias y valorando otros aspectos del vino.

Es un juego de equilibrios. La vitivinicultura argentina necesita esa validación internacional para exportar y diversificar sus mercados, pero también tiene el desafío de nutrir su mercado interno del vino y ofrecer vinos de calidad a precios accesibles para sus propios consumidores. Quizás el futuro radique en encontrar un punto de encuentro, donde el foco en la excelencia para el mundo no eclipse la necesidad de un vino que también esté al alcance y en la mesa de cada argentino. La conversación sobre el rol de los críticos de vino y la accesibilidad del vino argentino es un debate que seguirá abriéndose en cada copa.